Recesión de “Martes con mi viejo profesor” de Mitch Albom (1997)

¡Atención, SPOILER! ¿Cómo puede una enfermedad degenerativa pueda cambiar en positivo la vida de su persona y las que tiene a su alrededor? Este es un relato sobre emociones, resiliencia y superación personal. Es una oda de cómo enfrentarnos a un duelo, a una pérdida, ante la muerte y, finalmente, cómo entregarnos a la vida.

Basado en una historia real, este libro no te dejará indiferente. Por un lado retrata los últimos meses de una persona que padece Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), y por otro lado es retratado el crecimiento personal del autor durante el proceso de acompañamiento de una persona con una enfermedad crónica.

Afrontamiento psicológico ante una enfermedad degenerativa

Mitch Albom, un joven alumno universitario, promete permanecer en contacto con su profesor Morrie Schwartz mientras celebran su graduación. Pero sus vidas se separan hasta reencontrarse inesperadamente.

Mientras tanto, al profesor Morrie Schwartz “le llegó su sentencia de muerte en el verano de 1994. […] Morrie ya supo mucho antes que se le venía encima algo malo. Lo supo el día en que dejó de bailar”. El viejo profesor es diagnosticado con ELA, una enfermedad degenerativa del sistema neurológico: “la ELA es como una vela encendida: te funde los nervios y te deja como un montón de cera”.

Para el viejo profesor de universidad, tras el periodo de duelo al conocer la noticia de que le quedaban algo menos de dos años de vida, el desarrollo de la enfermedad supuso un periodo de crecimiento personal muy intenso: “no estaba dispuesto a consumirse”. Así pues, a medida que la ELA hacía mella en su cuerpo, el profesor “estaba decidido a demostrar que la palabra moribundo no era sinónimo de inútil”. Así, Morrie “luchaba contra el tiempo para decir todas las cosas que quería decir a todas las personas a las que amaba” y también, en los, por él instaurados, “funerales en vida” instaba a todos los que le amaban a que dijeran en vida lo que hubiesen dicho una vez muerto.

Así, Morrie Schwartz, el viejo profesor, intentó en sus últimos momentos de su vida seguir su máxima de “lo más importante de la vida es aprender a dar amor y a dejarlo entrar”. Dedicó cada momento a reunirse con gente para contar sus experiencias, reunirse con amigos para reír y llorar juntos, y contactó con el autor del libro para que todos nosotros pudiésemos enriquecernos con sus pensamientos.

Mitch Albom, incumpliendo su promesa al graduarse, no había mantenido el contacto con el profesor y, dejando de lado el idealismo juvenil universitario, había convertido su vida en rutinas nihilistas como comentarista deportivo de cierto renombre en Chicago. Un día, vio a su viejo profesor entrevistado en televisión, postrado en cama y hablando de su enfermedad. Esto le hizo tomar conciencia, poniéndose en contacto de nuevo con él, y reuniéndose cada martes para finalmente comenzar el libro de experiencias, reflexiones y emociones que tenemos entre manos.

Repasemos algunos de los comentarios del libro que más interés y mayor reflexión me han suscitado:

Vivir

El protagonista de la historia es completamente consciente del desenlace de la enfermedad, y pese a ello no se sume en la desesperanza, sino que intenta ser “maestro hasta el fin” (su epitafio). Es importante que aprendamos a convivir con nosotros mismos en cualquier situación: ante la pregunta del autor de si sentía lástima de sí mismo, la respuesta es que se “a veces, por la mañana. […] me palpo el cuerpo […] deploro lo que he perdido. Deploro el modo lento e insidioso en que me estoy muriendo. Pero, a continuación, dejo de lamentarme. […] Me permito un buen llanto si lo necesito. Pero después me concentro en todas las cosas buenas que me rodean en la vida. Mi reflexión se centra en el vivir cada momento plenamente, y en ver la trascendencia de ese estar presente en todo lo que hace: “haz lo que hacen los budistas. Haz que todos los días se te pose en el hombro un pajarito que te pregunta: ¿Es este el día? ¿Estoy preparado? ¿Estoy haciendo todo lo que tengo que hacer? ¿Estoy siendo la persona que quiero ser?”.

Morir

Como su deseo casi único, pese a saber que su muerte puede ser agónica por asfixia, el profesor desea morir serenamente. La manera en que lo ilustra el profesor es a través del desapego: “[…] el desapego no significa que no dejes que la vivencia penetre en ti. Al contrario: dejas que penetre en ti plenamente. Así es como eres capaz de dejarla”. Cuando lo has sentido plenamente en ti, porque lo has hecho de manera consciente, eres capaz de apartarte de ello, así pues, usando el ejemplo del libro, si eres capaz de reconocer que te estás ahogando, eres capaz de dejarlo a un lado, de ser consciente que no puedes hacer nada para remediarlo y de permanecer sereno.

Otra gran lección se hace patente cuando da gracias por haber sido posible poder despedirse de todos (“también es maravilloso, por todo el tiempo de que dispongo para despedirme. No todos tienen tanta suerte”. Despedirse, sobre todo si tenemos de quién despedirnos: “[…] si no tienes el apoyo, el amor, el cariño, la dedicación que te ofrece una familia, no tienes gran cosa”), y de cerrar los asuntos (“Antes de morir, perdónate a ti mismo. A continuación, perdona a los demás”).

Nosotros no aprendemos a vivir teniendo presente la muerte. Es un tema tabú en nuestra sociedad. Esta presencia no debe ser terrible ni terrible, tal y como se concibe en nuestra sociedad, sino como parte de nuestra vida. “[…] cuando aprendes a morir, aprendes a vivir”. Deberíamos tener más presente que “al morir se pone fin a una vida, no a una relación personal”.

En una sociedad tan individualista no hay cabida para la necesidad del otro, has de ser independiente. Esta crítica se resalta también muy inteligentemente cuando dice que ha perdido la batalla y que ya le han de limpiar el culo (que, por otro lado, era uno de los momentos más temidos por el protagonista). El profesor dice: “[…] empecé a disfrutar de mi dependencia […]. Cierro los ojos y me deleito con ello. Y me parece muy familiar. […] es como volver a ser niño”.

Siguiendo con la crítica a la cultura y la sociedad que la sustenta, el autor dice “en este país hay una gran confusión entre lo que queremos y necesitamos. […] ¿Sabes qué es lo que te da satisfacción de verdad? […] Ofrecer a los demás lo que puedes dar. […] Dedícate a amar a los demás, dedícate a la comunidad que te rodea y dedícate a crear algo que te aporte un norte y un sentido”. Podrían ser palabras del propio Viktor Frankl (https://psicologiaymente.com/biografias/viktor-frankl) a uno de sus pacientes.

Para acabar, comprender el proceso de vida implica aceptar la muerte, sin obviar su parte emocional y dura, pero “morirse es natural. El hecho de que hagamos tanto alboroto al respecto se debe por completo a que no nos vemos a nosotros mismos como parte de la naturaleza. Pensamos que, por ser humanos, estamos por encima de la naturaleza”.

Tras vivir todo el proceso degenerativo, el viejo profesor morirá finalmente rodeado de sus seres queridos en 1995, tras casi dos años de enfermedad, muy consciente de lo que suponía consumirse y del legado que quería trasmitir, a cercanos y a lejanos.

¿Cómo decidimos vivimos cada día? ¿Cuántas veces tenemos presente que este puede ser nuestro último día?

Busca lo que hay de bueno, de verdadero y de hermoso en tu vida tal y como es ahora.

Alexander Rose

Altana Psicólogos